El Espíritu Santo es esencial para la vida y enseñanza cristiana. De hecho, no creo exagerar al afirmar que sin la ayuda y poder del Espíritu Santo todos nuestros esfuerzos tanto para agradar a Dios como para enseñar a otros a hacerlo carecen de sentido y, por lo tanto, los resultados son insignificantes. Desgraciadamente, en muchas ocasiones el Espíritu Santo es olvidado, minimizado o incluso relevado a solamente una teoría teológica que creemos porque se encuentra en la Biblia, pero que no tiene ninguna relevancia en nuestra vida diaria. De hecho, llegué a escuchar a un profesor de un seminario afirmar que muchos cristianos de forma práctica creen que la santa trinidad está compuesta por el Padre, el Hijo y las Santas Escrituras. De esta manera, la presencia del Espíritu Santo es totalmente olvidada.
Sin embargo, el Espíritu Santo es la persona indispensable para todo lo que concierne a nuestra relación con Dios y con su servicio. El Espíritu Santo hace posible la salvación de los creyentes ya que él convence de pecado (Juan 16:8) y regenera a los pecadores para que la relación con Dios rota por el pecado sea restablecida (Tito 3:5). El Espíritu Santo incorpora a los creyentes en el cuerpo de Cristo, en lo que se denomina como el bautismo del Espíritu Santo (1 Cor. 12:13).
También es el Espíritu Santo el que produce en nosotros el tipo de vida que agrada a Dios cuando le dejamos el control total de nuestras decisiones en lo que la Biblia denomina como “ser lleno del Espíritu Santo” (Ef. 5:18). Cuando dejamos que sea el Espíritu Santo el que dirija nuestra vidas, entonces nuestra conducta reflejará las siguientes características: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Gal. 5:22-23). Por lo tanto, es imposible agradar a Dios sin la ayuda y dirección del Espíritu Santo.
Respecto al proceso de enseñanza-aprendizaje, el Espíritu Santo también es central e indispensable en la educación cristiana ya que se relaciona directamente en todos los elementos involucrados. El Espíritu Santo guía y usa al maestro para que pueda enseñar las verdades de Dios. Es increíble que el Dios del universo decida cooperar con nosotros para proclamar su mensaje de redención al mundo. Dios no nos necesita realmente, pero decide usarnos por su gracia. ¡Qué gran privilegio! El contenido de nuestra enseñanza debe estar basado en la revelación escrita de Dios, la Biblia. El Espíritu Santo inspiró a los autores bíblicos por lo que el Espíritu Santo también está involucrado directamente en el contenido de nuestra enseñanza. El Espíritu Santo ilumina y motiva a nuestros alumnos para que entiendan y reciban las enseñanzas divinas. La Biblia es el único libro que existe en el que todos los cristianos tienen acceso directo a su autor (el Espíritu Santo) y además su deseo es ayudarnos a entenderlo y aplicarlo a nuestra vidas. Finalmente, el propósito final de la enseñanza bíblica es nuestra transformación a la imagen de Jesucristo. La Biblia no se escribió para nuestra información solamente sino para nuestra transformación. Este cambio solamente es posible por el Espíritu Santo. De hecho, él es el único que puede cambiar nuestras vidas. Así que, el Espíritu Santo es vital en el maestro, contenido, alumno y la meta de la educación cristiana.
A la luz de todas estas realidades, debemos preguntarnos ¿dependemos completamente en el poder y guía del Espíritu Santo? Si no es así, ¿por qué no lo hacemos? Estoy convencido que muchas veces los líderes cristianos se la pasan infructuosamente buscando un método nuevo que haga que su ministerio sea exitoso, pero nunca lo hallarán porque se olvidan del Espíritu Santo. ¿Será que no creemos realmente lo que dice la Escritura acerca del Espíritu Santo? Quizá muchos de nosotros vivimos frustrados o de una manera mediocre porque intentamos vivir y enseñar en nuestras fuerzas y no bajo la guía del Espíritu Santo. Las buenas noticias son que el poder de Dios está a nuestro alcance. Quizá lo más importante que podemos hacer es reconocer que sin la ayuda de Dios no podemos logar absolutamente nada. ¡Gracias a Dios que nos ha dejado a su Espíritu!