El gran educador Antonio del Corro (Sevilla, 1527-Londres, 1591) es quizá una de las figuras más importantes y a la vez menos conocidas de la reforma española. Es también un ejemplo a imitar para todos los que seguimos a Cristo y sobre todo para los que nos dedicamos a servirle a través de la enseñanza. El historiador Emilio Monjo se refiere a Antonio de Corro como “un personaje que refleja el talante de la Reforma española en cuanto a su libertad de pensamiento y palabra: una iglesia que había nacido libre por la acción de la Escritura, y que se mantuvo libre con la Escritura también en su exilio europeo”.
En 1547, a los 20 años de edad, profesó como fraile Jerónimo y estuvo en Santiponce, localidad cerca de Sevilla, en el Monasterio de San Isidoro del Campo hasta 1557 cuando tuvo que huir de la inquisición española. Del Corro se había convertido al cristianismo a través del estudio de las Escrituras al igual que otros monjes como Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera que pocos años después traducirían y revisarían respectivamente la Biblia al castellano en lo que ahora se conoce como la versión Reina-Valera. Al ser descubierta su creencia en la salvación solamente por gracia por medio de la fe y su firme convicción en la Biblia como su única fuente de autoridad de fe y conducta, Del Corro junto con otros monjes lograron escapar a Ginebra para reunirse con Juan Calvino. Los más de 800 creyentes en Sevilla no tuvieron la misma suerte y la mayoría fueron quemados en la hoguera por la Inquisición y de esta manera la fe evangélica fue exterminada en España por muchos siglos. Como del Corro había logrado huir, el 26 de abril de 1562 su efigie fue consumida por la hoguera en el quemadero inquisitorial de Tabalada.
Antonio del Corro era un erudito que hablaba varios idiomas y era un maestro del latín. En el otoño de 1559 por recomendación de Calvino se trasladó a la corte de Navarra. Allí, fue acogido por la reina Juana d´Albret quien se había convertido al cristianismo y empezó a dar clases de español al príncipe, de seis años (futuro Enrique IV).
Antonio del Corro enfrentó muchas vicisitudes debido a su firme creencia en la autoridad de la Biblia y a pesar de haber escapado de la Inquisición fue perseguido por muchos protestantes quienes deseaban que se conformara a ciertas posturas doctrinales que él consideraba secundarias y externas a la enseñanza bíblica. En su carta a los pastores luteranos en Amberes , del Corro definía su postura respecto a la clara distinción que hacía respecto a la diferencia entre doctrina humana y revelación divina: “Hay otros que hacen sus confesiones, catecismos, comentarios y tradiciones como si fueran un quinto Evangelio, y quieren autorizar sus interpretaciones particulares de manera que los ponen al nivel de los artículos de la fe, y se atreven a llamar heréticos a todos los que no siguen exactamente sus imaginaciones: las cuales, aunque fueran buenas y llenas de edificación, son hechas por hombres y, por consiguiente, indignas de ser comparadas con la palabra del Señor”.
Como profesor, del Corro admitía a todos en sus clases sin importar sus creencias, incluso católicos, ya que era un “abogado” de la libertad” y creía que todos tenían derecho a la libre búsqueda del conocimiento. Esta actitud también le causó muchos problemas con aquellos que mantenían posturas más radicales en cuando a la tolerancia académica. El erudito Francisco Ruiz de Pablos describe la actitud de Corro de la siguiente manera: “La lucha por la tolerancia marcó siempre la vida en el exilio de Corro. Tuvo que defenderse en Londres contra las graves acusaciones formuladas por las iglesias francesa e italiana…Corro, incansable paladín de la libertad en primera línea, defendió permanentemente, sin solución de continuidad, que leer o preguntar sobre alguien no significa estar de acuerdo con sus puntos de vista…su sentido profundo de la libertad de conciencia en materia religiosa le permitía ampliar al infinito su horizonte sin restringir el privilegio al cristianismo. Todo un sabio ejercicio pedagógico”.
La actitud de Corro ante sus adversarios y enemigos muestra su verdadero carácter como cristiano. En su presentación al Dialogo de la carta a los Romanos, Corro resume así su sentir ante sus acusadores: “La doctrina celestial ordena que amemos a nuestros enemigos y que no compensemos a las injurias con injurias calibrando lo igual con lo igual, sino que más bien les hagamos el bien a nuestros aborrecedores y que por las injurias recibidas pidamos para ellos cosas favorables. Por consiguiente, siguiendo esta regla, pido a Dios Óptimo Máximo, Padre de nuestro señor Jesucristo, que conceda a mis perseguidores espíritu de arrepentimiento y mejor intención para conmigo a fin de que no obstaculicen el curso del Evangelio buscando mi infamia, sobre todo entre mis compañeros que pueden oír oscuros rumorcillos, si bien no así razones. Ojalá por estas mis preces y deseos suceda alguna vez que se dobleguen y se conviertan los corazones de quienes me persiguen”.
En 1579 Antonio del Corro logró el objetivo de convertirse en profesor en Oxford. No pudo obtener su doctorado a pesar de la intercesión en su favor del canciller de la universidad, el conde de Leicester debido a presiones de sus enemigos teológicos. Fue colocado de preceptor de religión en tres institutos universitarios de Oxford. Desde 1581 a1585 fue censor teológico del Christ Church College de aquella universidad. Corro murió en Londres como canónigo anglicano el 30 de marzo de 1591. Le sobrevivieron su esposa con las que estuvo casado treinta años e hijos.
Antonio del Corro nos recuerda que debemos ser firmes en los fundamentos esenciales de nuestra fe, pero también al mismo tiempo respetar las diferencias de opiniones en asuntos secundarios. Podemos aprender de Antonio del Corro que como cristianos debemos defender la libertad de pensamiento y la búsqueda de la verdad. A pesar de no ser tan conocido, del Corro es uno de los padres de la reforma española y, por lo tanto, uno de nuestros padres que nos antecedieron en nuestra fe y nos dejaron su brillante ejemplo a seguir.