Esta semana se conmemoran los días más importantes para el cristianismo y, por consiguiente, para todo el mundo. La muerte y resurrección de Jesucristo marcan el eje central de nuestra fe. Durante la semana santa recordamos la muerte de Jesús en la cruz por nuestros pecados y su victoria sobre la muerte a través de su gloriosa resurrección.
A pesar de que estos dos acontecimientos son esenciales, desgraciadamente es muy fácil enfatizar uno y hacer menos el otro. Por ejemplo, en muchos lugares y para muchas personas el clímax de la semana santa se encuentra en la muerte de Jesús el viernes santo. Por esta razón esta semana no es de celebración sino de solemnidad e incluso de tristeza. Para otras personas y en otros lugares el domingo de resurrección es el clímax de la semana y son días de celebración y alegría. La realidad es que ambos acontecimientos son importantes y juntos nos dan un panorama completo del cristianismo. Cuando enfatizamos uno y menospreciamos el otro estamos presentando una realidad parcial e incompleta de la fe cristiana.
El cristianismo presenta dos realidades igual de importantes y complementarias. La semana santa nos recuerda que el pecado y la gracia son dos situaciones que Jesús une en la cruz y en su resurrección. Todos somos pecadores y merecemos la muerte o separación eterna de Dios. Dios en su infinita gracia nos amó y Jesús voluntariamente murió en nuestro lugar. El viernes santo nos recuerda que el pecado está presente constantemente en nuestras vidas y que sin Dios nos encontramos sin esperanza. La gracia divina nos rescata del pecado y nos hace aceptos a Dios a través de Jesús. La muerte ha sido vencida y Jesús reina para siempre. El domingo de resurrección nos recuerda que los estragos del pecado son temporales y que la gracia de Dios en Jesús es mucho mayor y el reina para siempre.
El viernes santo y el domingo de resurrección también nos recuerdan que los cristianos vivimos en un mundo de contrastes en donde el pecado y la gracia, la muerte y la resurrección, el “ya” y el “todavía no” de la salvación son importantes para tener el panorama general de la vida cristiana. Para poder apreciar la gracia es imprescindible entender lo trágico del pecado. Jesús venció a la muerte, pero la redención final aún está por venir. Jesús está vivo pero El vendrá otra vez y entonces nuestra salvación será consumada, el pecado y la muerte destruidos y su gracia reinará por siempre. Mientras tanto los cristianos vivimos con la esperanza en lo que está aún por venir en Cristo.
Ambas realidades son importantes para tener una perspectiva correcta y es quizá en la muerte de nuestros seres queridos en donde los cristianos palpamos concretamente la aparente tensión entre la muerte y la resurrección, entre el sufrimiento presente y el gozo futuro de la resurrección. Veo constantemente como muchos confunden lo trágico del pecado y la muerte con la esperanza gloriosa en la resurrección venidera. El dolor que la muerte causa es real y una muestra evidente que las consecuencias del pecado son nefastas y deleznables. El sufrimiento que la muerte causa es real al igual que el vacío profundo que ésta deja en nosotros. Es cierto que los cristianos tenemos la esperanza de la resurrección y enfrentamos la muerte con una perspectiva diferente y con el anhelo del consuelo eterno. Sin embargo, el dolor y la esperanza son reales y no se puede apreciar una sin la otra. La tendencia, sin embargo, sobre todo por aquellos que no han sufrido la muerte de un ser amado, es minimizar la muerte y enfocarse en la esperanza. Los que sí hemos visto de cerca el dolor de la muerte sabemos que el vacío es real y que la esperanza es la que nos sostiene mientras aguardamos por la consolación divina aún por venir.
El evangelio completo presenta las realidades del pecado y de la gracia divina. El viernes santo y el domingo de resurrección son centrales para nuestra fe y estos días nos dan la oportunidad de reflexionar y celebrar el amor de Dios demostrado en Jesucristo. ¡Qué gran privilegio recordar, sentir y celebrar el amor de Dios a pesar de ser pecadores!