Me encanta la primavera, pero en esta temporada tengo que hacer lo que tanto lamento y pienso es una maldición que viene unida a la hermosura primaveral. Junto con las flores, árboles e incluso el césped, la hierba mala hace su aparición en mi jardín cada año a pesar de que nunca es bienvenida en mi casa. Me gusta mucho ver crecer las flores, los árboles y escuchar el sonido de los pájaros que visitan nuestro vecindario. Si bien pienso que cortar el césped es un mal necesario que tengo que hacer, realmente sería un poco más atractivo hacerlo si no tuviera que cortar también la hierba mala que piensa que está en competencia con el césped para ver quién crece más.
En una ocasión, mi hijo Darío me enseñó, sin saberlo o proponérselo, una gran lección acerca de mi relación con mi Padre celestial. Darío tenía dos años y cinco meses y él creía que ya tenía la edad suficiente para ser independiente y contribuir en gran manera con las tareas del hogar. Por supuesto que esa avanzada edad y desarrollo no le impedían también de buscar el cariño de sus papás y refugiarse en los brazos de su mamá.
Darío, como todos los niños, desea estar con sus papás y ayudarlos en sus distintas actividades. Así que, en esa ocasión cuando ya no me quedó más remedio que ir a cortar la mala hierba del jardín, Darío me acompañó y le dijo a su mamá que me iba a ayudar. Tuve que explicarle a Darío qué era una hierba mala y al cabo de unos minutos más o menos pudo identificarlas. Sin embargo, intentar que un niño de dos años se concentre en una sola actividad por varios minutos es imposible. Constantemente tenía que supervisar que no hiciera algo malo, se lastimara o simplemente tenía que dejar a un lado lo que estaba haciendo para ir a jugar con él.
Después de más de una hora de estar en el jardín con Darío entramos a la casa y él orgulloso le dijo a su mamá que me había ayudado mucho y que habíamos quitado toda la hierba mala. En su propia opinión, Darío era ya todo un jardinero profesional y yo debería estar muy agradecido de haber recibido su ayuda. La satisfacción en su rostro no dejaba ninguna duda de esta realidad y yo obviamente le agradecí tanto haber contado con él en esta tarea tan difícil.
La realidad, sin embargo, es que no terminamos de cortar ni la mitad de la hierba mala del jardín. Si yo lo hubiera hecho solo y mi enfoque se hubiera centrado en la hierba mala, estoy seguro habría terminado la tarea en la mitad del tiempo. Pero el estar con mi hijo fue mi prioridad y la hierba mala era sólo una excusa para que ambos nos divirtiéramos juntos en el jardín. Siendo sinceros, mi hijo fue más mi “estorbante” que mi “ayudante”. Pude haber hecho todo yo solo y lo hubiera hecho más rápido y sin interrupciones. La sonrisa de mi hijo me confirmó que no haberlo hecho de esta manera, fue la mejor decisión que pude haber tomado.
De la misma manera, el Soberano Dios del universo no me necesita para nada. A pesar del valor que le doy a mi ministerio como profesor de un seminario y a las distintas actividades que hago dentro y fuera del país, la realidad es que Dios puede cumplir sus propósitos conmigo o sin mí. De hecho, la mayoría de las veces lo hace a pesar de mí. Aunque piense que mi educación y servicio son muy importantes, en la práctica soy más un “estorbante” de Dio que su “ayudante”.
Jesús prometió que Él, y sólo Él, edificaría Su iglesia (Mateo 16: 18). Lo asombroso del ministerio cristiano es tener el sublime privilegio de cooperar con el Dios todopoderoso para que su voluntad se haga en la tierra así como se hace en el cielo. Dios no nos necesita pero desea estar con nosotros y nos da la oportunidad de ayudarle en su obra. ¡Solamente la gracia de Dios puede explicar tan gran honor!
Dios desea estar con nosotros porque somos sus hijos. Uno de los problemas más comunes para los que sirven a Dios es ocuparse tanto de la obra de Dios que se olvidan del Dios de la obra. Nuestra comunión con Dios es más importante que nuestro trabajo para Dios. Sí, es cierto que tenemos que trabajar, pero Dios es que produce en nosotros el querer como el hacer por su buena voluntad.
El tiempo que paso jugando con mi hijos Darío y Salma no se compara a ninguna clase que enseñe o libro que escriba; es muchísimo mejor. Estar con ellos es más importante que la actividad que hagamos. ¡Cómo deseo que mi tiempo con el Padre celestial sea lo mismo!