Todos los viernes en la tarde un grupo de estudiantes y maestros de la universidad cristiana en donde trabajo se reúnen a jugar basquetbol. Hace unas semanas fui a jugar con ellos y lo que parecía un día normal se convirtió en una experiencia que me ha impactado y que también ha tenido el mismo efecto en muchísimas personas. Después de jugar por más de una hora uno de mis alumnos del doctorado se disponía a irse a su casa cuando le pedí que me esperara unos minutos porque necesitaba hablar con él. Primero se sentó y después se recostó en el césped a un lado de la cancha en lo que terminaba de jugar mi partido. En cuanto el juego terminó fui a hablar con él y en ese momento me di cuanta que estaba inmóvil, sin respirar y con una apariencia pálida y descolorida. Inmediatamente pedí ayuda y mientras algunos lo trataban de resucitar yo llamé a los servicios de emergencias. Gracias a Dios lograron que respirara otra vez y se lo llevaron a la sala de emergencias de un hospital cercano.
El primer reporte de los médicos fue que este joven había tenido un ataque cardiaco a pesar de que era menor de cuarenta años y no tenía ningún antecedente que indicara que podría tener este tipo de percances. A pesar de las buenas noticias en esa noche, a la mañana siguiente su salud se deterioró al grado que los médicos le dijeron a su esposa que se tenía que despedir de él porque ya no había nada qué hacer para salvarlo. Sus órganos estaban fallando y era cuestión de minutos para que falleciera. Sin embargo, un par de horas después mi alumno empezó a reaccionar ante la gran sorpresa del cuerpo médico que lo atendía. Poco a poco sus órganos empezaron a funcionar y para el martes ya todos lo hacían con normalidad. Las enfermeras lo llamaban el “paciente del milagro” porque como alguna confesó, “nunca había visto nada igual” y el cardiólogo mostraba su sorpresa al decir “no tengo ninguna explicación médica acerca de este acontecimiento”.
Esta experiencia me ha hecho meditar sobre varios temas. En primer lugar, la vida es un regalo divino que debemos disfrutar al máximo. La vida es corta y aunque todos sabemos que no la tenemos comprada y que el Señor nos puede llamar a su presencia en cualquier momento, nunca había visto esta situación de una manera tan cercana. Estaba haciendo deporte y conversando con joven lleno de salud y vigor y un par de minutos después su vida estuvo a punto de esfumarse. Su esposa lo estaba esperando para salir juntos a cenar y al cine, pero mientras ella buscaba qué película iban a ver recibió una llamada avisándole que su esposo se encontraba muy grave en la sala de urgencias de un hospital. El libro de Eclesiastés empieza con las palabras “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. La palabra vanidad no quiere decir que la vida es vana sino que es breve. De hecho, una mejor traducción sería con la palabra “vapor”. Nuestra vida pareciera aparecer y desvanecerse como un vapor y no podemos hacer nada para controlarla. Dios nos da la vida y debemos recibir este regalo con gratitud.
Otro aspecto que me impactó mucho fue ver la gran cantidad de personas que se unieron en oración y apoyo por esta familia en necesidad. En los cinco años que tengo enseñando en esta universidad y seminario no había visto que todos los alumnos se unieran tanto para orar fervientemente por su compañero. Gracias a las redes sociales literalmente cientos de creyentes alrededor del mundo estuvieron orando y fueron testigos del milagro que Dios hizo al sanar a este joven. La importancia de la oración y comunión entre creyentes se hicieron evidentes a lo largo de esta situación en la que a pesar de lo lamentable, Dios la redimió y la usó para animar a muchísimas personas. Al notar el apoyo de tantas personas y ver el milagro de la sanidad muchas enfermeras y médicos pudieron ser testigos del poder de Dios y de la comunión del cuerpo de Cristo.
Por último, Dios nos recordó a muchos que El sigue haciendo milagros constantemente. Todos sabemos que nuestro Dios es poderoso y majestuoso, pero por alguna razón muchos caminamos por la vida olvidándonos del poder sobrenatural del Señor. Sabemos que Dios hace milagros, pero tristemente no todos los esperamos ver con nuestros propios ojos. El Espíritu Santo y nuestra conciencia del mundo espiritual deberían estar presentes en todo momento. La gracia de Dios no solamente sanó a una persona sino que animó a muchos. La respuesta de todos fue y sigue siendo ¡gloria a Dios!
Por varios días se me quedó grabada la imagen pálida e inconsciente de este joven mientras yacía inerte en el césped. Gracias a Dios pude percatarme de su situación y buscar ayuda. Gracias a la inmediata atención recibida y después al poder sanador de Dios, mi alumno está vivo y recuperándose en casa con su esposa. Lo que parecía el final para ellos ahora es solamente una experiencia de vida que sin lugar a dudas los ha dejado marcados. Para mí ha sido un recordatorio que la vida es un regalo divino que debemos disfrutar con gratitud; que la oración y el apoyo de los creyentes son indispensables; que como seguidores de Jesús nos alegramos con los que se alegran y lloramos con los que lloran y así damos testimonio de la comunión que tenemos en Cristo; y que Dios hace milagros en todo momento y que en ocasiones nos sacude para que abramos los ojos y veamos su poder y amor entre nosotros.