Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia; de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí.

(Colosenses 1:24-29, RVR 1960)

A veces, guiar un estudio bíblico es una experiencia energizante para mí, mientras que otras veces puede ser un poco agotador. A menudo, no me doy cuenta de cuánto me exige hacerlo hasta que termina la sesión del grupo de estudio. Además de que prepararse para dirigir un grupo de estudio requiere tiempo, oración y mucho trabajo. Cuando llego a sentirme un poco desanimado con respecto a mi ministerio me pregunto: ¿Por qué me hago pasar por esta experiencia una y otra vez?.

La enseñanza de Pablo no sólo era físicamente agotadora, sino que a veces resultó en un dolor real. Se enfrentó a persecuciones, palizas, lapidaciones, encarcelamientos, y todo ello le pasó factura, pero aún así se regocijó en el sufrimiento por el bien de la Iglesia, el cuerpo de Cristo. He aquí a un hombre que en un tiempo había perseguido a la iglesia, causando mucho sufrimiento, pero Dios en Su gracia lo perdonó, haciendo de Pablo un ministro de la iglesia, un apóstol de los gentiles. Pablo había experimentado personalmente la gracia de Dios, y se asombraba de cómo esa misma gracia llegaba a la vida de los creyentes gentiles, uniéndolos a Cristo. Se regocijaba en su propio sufrimiento por ellos, viendo aún más la gloria de Dios en Su gracia salvadora hacia ellos.

El corazón mismo de la motivación de Pablo para su ministerio de enseñanza era la grandeza de Cristo y Su obra en el alma de los creyentes. Proclamaba el Evangelio de Cristo, que anunciaba una combinación de malas noticias sobre el juicio de Dios sobre el pecado («amonestando a todo hombre»), y buenas noticias («enseñando a todo hombre en toda sabiduría»): que Dios puede utilizar su unión con Cristo para transformarlos («Cristo en vosotros, la esperanza de gloria»). Lo que impulsa a Pablo en su ministerio es la confianza en el poder del Evangelio para lograr reconciliarnos con Dios y transformarnos a la imagen de Cristo.

Una de las razones por las que Pablo escribió esta carta a la iglesia de Colosas fue para advertirles del peligro de los falsos maestros, personas que hacían del crecimiento y la madurez espiritual algo exclusivo que sólo unos pocos podían esperar alcanzar. Pablo sabía que con «Cristo en nosotros», todo el mundo puede crecer en madurez, a semejanza de Cristo, a medida que Dios obra en nosotros. «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» es el fundamento de la esperanza que todos tenemos para crecer. Es la obra de Dios en nosotros, a través del Espíritu Santo, la que nos da la esperanza de transformación, de ser maduros en Cristo. Pablo enseña porque quiere ayudar a que todo hombre, no sólo algunos «discípulos de élite», maduren en Cristo. Sabe que esto es posible gracias a la obra misericordiosa y poderosa de Dios realizó en su propio interior, y en el de todos los que abrazaban la fe en Cristo, judíos o gentiles. Pablo desea tanto este fruto de madurez en Cristo, que está dispuesto a «trabajar» duro (imaginemos aquí una labor dura, continua, incesante) con toda la energía que recibe de Dios mientras Él obra poderosamente en el alma de Pablo. Me doy cuenta que tengo mucho que aprender de Pablo. Sospecho que la mayor parte del tiempo, lo que yo hago es «trabajar» con toda la energía que puedo reunir por mí mismo, en lugar de aprovechar la energía que Dios desea darme.

¿Tú por qué enseñas? ¿Reconoces la obra que Dios está haciendo en las vidas de aquellos a quienes enseñas, y está tu esperanza basada en Su poder para lograr una mayor madurez en Cristo? El poder para la transformación es Cristo en ellos. Si te has estado enfocando en metas menores, pídele a Dios que te ayude a recuperar Su visión de lo que Él quiere hacer a través de ti.

¿Qué te da energía cuando enseñas? ¿Recibes la fuerza de Dios a través del Espíritu Santo para ayudarte en el duro trabajo de prepararte y enseñar? ¿Sientes Su presencia y Su fuerza sosteniéndote mientras trabajas? Si has estado tratando de hacer todo con tus propias fuerzas, pídele a Dios que sea tu fuerza para todo lo que Él te llama a hacer, incluyendo tu enseñanza. Él puede sostenerte y lo hará.

Padre, gracias por tomar a alguien como Pablo, un perseguidor de Tu iglesia, y utilizarlo para difundir la buena nueva del Evangelio de Cristo y para ayudar a otros a crecer en madurez en Cristo. Gracias por sostenerlo a través de todo lo que sufrió por causa de Tu Evangelio. Te ruego por que me ayudes a perseguir estos mismos objetivos en mi enseñanza, y por que seas mi fuerza y me renueves cuando los desafíos de la enseñanza me agoten. Sé mi fuente de consuelo, fortaleza y entendimiento mientras intento ayudar a otros a responder a Tu obra transformadora en ellos. Amén.