Los propósitos de año nuevo son parte de la costumbre anual de muchos de nosotros. La llegada del nuevo año nos da la oportunidad para detenernos por un momento y planificar un futuro mejor. Por ejemplo, los gimnasios aumentan sus membrecías considerablemente en enero con personas que desean bajar de peso o mejorar su condición física. También escuché que el índice de divorcios crece considerablemente las primeras semanas del año. Independientemente de la sabiduría de los propósitos, todos los deseos persiguen un mejor destino.
El nacimiento de Jesús cambió al mundo. La navidad es, sin duda alguna, el acontecimiento más importante en la historia de la humanidad y, por lo tanto, la mayor celebración de cada año. El Dios creador del universo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Dios no está lejos ni es distante sino que a través de Jesús su presencia es real y personal. De hecho, el milagro de la navidad se resume con la palabra “Emanuel” que significa apropiadamente “Dios con nosotros.”
Por los tres últimos años, el índice de felicidad planetaria ha dado a conocer los países más felices del mundo de acuerdo a ciertos parámetros. Los resultados sorprendentes de la última edición en el 2012 señalaron que país más feliz del mundo es Costa Rica, en segundo lugar se encuentra Vietnam y en tercero Colombia. Los Estados Unidos se ubicaron en el lugar 104. Este índice de felicidad se basa en tres cosas: 1) Se hace la pregunta la persona, "¿Qué tan feliz es usted?" En una escala del 0-10. 2) Luego se mide la expectativa de vida de las personas de ese país. Finalmente se mide cuanta “tierra” (o recursos ecológicos) necesita la persona en ese país para ser feliz.
El 31 de octubre de 1517 Martín Lutero clavó en las puertas de la catedral de Wittenberg en Alemania 95 tesis en las que criticaba abiertamente las ventas de indulgencias de la iglesia católica romana. Lutero inicialmente no tenía la intención de romper con la iglesia romana sino enfatizar la supremacía del evangelio basada en su simplicidad y a la vez en su gran profundidad. El evangelio o las buenas noticias de la salvación en Cristo es el fundamento esencial de la fe cristiana y desgraciadamente se había pervertido convirtiéndose en una práctica totalmente ajena a su esencia. De manera que, las indulgencias eran una distorsión absoluta del evangelio y, por lo tanto, dignas de ser repudiadas con severidad. Como resultado de esta acción, Lutero inició el movimiento conocido como la Reforma Protestante y cada 31 de octubre se conmemora como el Día de la Reforma.
El gran educador Antonio del Corro (Sevilla, 1527-Londres, 1591) es quizá una de las figuras más importantes y a la vez menos conocidas de la reforma española. Es también un ejemplo a imitar para todos los que seguimos a Cristo y sobre todo para los que nos dedicamos a servirle a través de la enseñanza. El historiador Emilio Monjo se refiere a Antonio de Corro como “un personaje que refleja el talante de la Reforma española en cuanto a su libertad de pensamiento y palabra: una iglesia que había nacido libre por la acción de la Escritura, y que se mantuvo libre con la Escritura también en su exilio europeo".
Hace ya varios años escuché una frase que me ha hecho pensar constantemente y que refleja uno de los mayores peligros que enfrentan los líderes cristianos. La frase dice así: “es importante no estar tan ocupado en la obra de Dios que nos olvidemos del Dios de la obra”. El problema no es el servicio a Dios sino el enfoque y, en muchos casos, la motivación que nos mueve al servicio. Estoy convencido que uno de los pecados principales de muchos líderes es el énfasis obsesivo por el trabajo y, por lo tanto, el descuido de lo esencial y verdaderamente importante como Dios, la familia y el cuidado personal.
¿Por qué las cosas son como son? ¿Dónde está Dios cuando el mundo lo ignora a Él y a sus principios? Cuando Dios actúa, ¿por qué hace Él lo que hace? Todos nos hemos hecho alguna vez preguntas difíciles respecto a Dios y a nuestra fe. En muchas ocasiones, lo que vemos aparentemente no concuerda con lo que creemos acerca de Dios. ¿Qué hacer en estas circunstancias? En Habacuc encontramos un libro bíblico que nos muestra un modelo para enfrentar estos momentos y acrecentar nuestra fe en el Dios que sostiene el universo con su poder.
Esta semana se conmemoran los días más importantes para el cristianismo y, por consiguiente, para todo el mundo. La muerte y resurrección de Jesucristo marcan el eje central de nuestra fe. Durante la semana santa recordamos la muerte de Jesús en la cruz por nuestros pecados y su victoria sobre la muerte a través de su gloriosa resurrección.
Recuerdo que el pastor de la iglesia donde crecí repetía constantemente esta frase “el amor es un producto de la voluntad”. Estas palabras se convirtieron en una expresión común en la iglesia y se mencionaban constantemente en diferentes contextos. Me parece que lo que el pastor quería comunicar era que la acción de amar está basada principalmente en una decisión y no solamente en emociones. Nuestras emociones cambian, pero cuando decidimos amar a Dios y a nuestro prójimo independientemente de nuestro estado de ánimo entonces estamos así cumpliendo la ley de Cristo. Estoy de acuerdo con la idea general, pero creo que el amor va mucho más allá de nuestra voluntad. El amor se centra en la persona de Dios y nosotros tenemos el gran privilegio de participar y demostrar el amor divino.
“Al mundo paz nació Jesús” es el inicio de un popular villancico navideño que resume magistralmente esta temporada de fiesta por la llegada del Hijo de Dios entre nosotros. La navidad celebra el cumplimiento de la promesa de la venida del Príncipe de paz (Is. 9:6). La segunda persona de la trinidad se hizo hombre y habitó entre nosotros para después darnos vida a través de su sacrificio expiatorio en la cruz. Por lo tanto, la navidad es un acontecimiento digno de celebrarse.
“Bueno, pero Dios sigue estando en su trono” es una frase que he escuchado bastante veces en los últimos días. Los que la pronuncian generalmente lo hacen con un tono de resignación al ver que las cosas no se han dado como inicialmente esperaban. Me da la impresión que recuerdan que Dios está en control de las circunstancias solamente como un premio de consolación al ver que su candidato perdió las elecciones o enfrentan otras decepciones en la vida. Tristemente en estos casos, estas personas se olvidan que nuestro Dios siempre es victorioso, siempre está en control y que nada ni nadie obstruye su soberanía sobre todo. Dios no debería ser el premio de consolación de los perdedores sino el premio mayor de todos los días sin importar lo que esté sucediendo a nuestro alrededor.
El Espíritu Santo es esencial para la vida y enseñanza cristiana. De hecho, no creo exagerar al afirmar que sin la ayuda y poder del Espíritu Santo todos nuestros esfuerzos tanto para agradar a Dios como para enseñar a otros a hacerlo carecen de sentido y, por lo tanto, los resultados son insignificantes. Desgraciadamente, en muchas ocasiones el Espíritu Santo es olvidado, minimizado o incluso relevado a solamente una teoría teológica que creemos porque se encuentra en la Biblia, pero que no tiene ninguna relevancia en nuestra vida diaria. De hecho, llegué a escuchar a un profesor de un seminario afirmar que muchos cristianos de forma práctica creen que la santa trinidad está compuesta por el Padre, el Hijo y las Santas Escrituras. De esta manera, la presencia del Espíritu Santo es totalmente olvidada.
He tenido el privilegio de ser profesor por más de veinte años. A los diecinueve años empecé a enseñar español y otras materias en una secundaria publica en Guadalajara, México. Esta aventura que empezó como un simple trabajo se ha convertido en mi vocación y he tenido la oportunidad de enseñar en varios países, instituciones y niveles académicos que van de la secundaria hasta el doctorado. La tarea de un profesor es ardua y siempre hay muchas cosas que aprender. De hecho, actualmente enseño en un programa doctoral que se enfoca principalmente en la tarea educativa y en los procesos de enseñanza-aprendizaje en diferentes contextos cristianos.
“El que espera, desespera” dice un refrán popular. Esperar algo no es satisfactorio para nadie y en ocasiones las salas de espera en oficinas y consultorios se convierten en salas de tortura para muchos que, como yo, son impacientes y perciben el tiempo de espera como un tiempo perdido. Esta creencia común puede percibir a la esperanza como algo negativo y algo no muy deseado.